Estas acertadas directrices tienen actualmente gran vigencia por el alce, hoy en día, de la llamada “consulta telemática”, que establece una raíz distorsionada de actuación médica por pretender que esté exclusivamente centrada en la relación de datos que suministra el paciente por medio digital, desconectados de la imprescindible exploración físico-visual que debe realizar el médico.
Pasamos la exposición del Prof Gonzalo Herranz recogidas en la publicación “El Corazón de la Medicina” (libro homenaje), 2013, pag. 229-243.
“La necesaria cosificación del paciente.
El primer requisito ético del médico es poseer la necesaria competencia. La obligación de ciencia precede a sus otros deberes. Es contraria a la ética la actuación del médico ignorante, anticuado o técnicamente inhábil.
Por eso, suelen ser desafortunadas las acusaciones que se hacen a la ciencia médica, y a la tecnología que de ella se deriva, de ser frías, distantes, alienantes. La ciencia objetiva le es al médico tan necesaria, al menos, como la compasión, ….
Es necesario, en Medicina, desechar el prejuicio anti-tecnológico. Es injusto decir sin más que los aparatos e instrumentos aumentan la distancia entre médico y paciente, que la tecnología médica tiende a mustiar lo humano de la medicina, del paciente y del médico a la vez. Ese es un prejuicio grave y de consecuencias funestas.
La tecnificación de la Medicina ha de entenderse como un refinamiento de la sensibilidad no sólo técnica, sino ética; como un esfuerzo, lleno de humanidad, un impulso de justicia, con el que ayudar más eficazmente al mayor número….
Ante su paciente, el médico no se puede comportar primariamente como un ser sólo compasivo. El médico no es una madre cariñosa. Su función primaria es captar y analizar, es decir, comprender con precisión y objetividad las palabras que oye, los datos que observa, los signos que, en la exploración física e instrumental, pone de manifiesto.… ha de despersonalizar en cierto modo esa narración vivencial (del paciente) para traducirla al lenguaje abstracto de las categorías científicas.
En el curso de la atención médica correcta, se ha de llegar siempre a un momento en el que el médico ha de dejar a un lado la relación humana principal con su paciente… Ha de convertir al paciente en objeto de observación y manejo, pues sólo entonces puede el médico obtener un conocimiento exacto, objetivo, científico-natural del proceso patológico y del tratamiento correspondiente.
De este modo, se introduce un elemento objetivo en la relación médico- enfermo, que no sólo exige explorar físicamente, invadir con preguntas fuertes la intimidad personal, someter a estudios analíticos el cuerpo y la sangre del paciente… Lo que puede parecer una objetividad desapegada es el comienzo de una relación verdaderamente humana.
Mientras dura la exploración física o cualquier otra exploración diagnóstica o terapéutica, el paciente abdica del dominio personal sobre su propio cuerpo y se aviene a convertirlo en un objeto sobre el que el médico aplica sus gestos profesionales...
La ciencia médica no es sólo motivo legítimo de orgullo profesional para el médico. La tecnología es, en principio, amable. Lleva dentro de sí mucha capacidad de humanizar la relación médico-paciente, de quitarle hierro, de hacerla más eficaz…
La realidad es así… La confianza en el médico ya no se apoya principalmente en ciertas cualidades personales antiguamente muy valoradas -la simpatía campechana o el ojo clínico- sino más bien en su objetividad de científico, en lo fiable y actual de sus conocimientos, en su profesionalidad, en su familiaridad con los métodos analíticos y terapéuticos acreditados. Se da así el hecho aparentemente paradójico de que el máximo de subjetividad del paciente, su confianza en el médico, se apoya en el máximo de objetividad del médico, en su información científica y su habilidad técnica.
Es, por ello, necesario eliminar la falsa confrontación entre competencia técnica del médico (objetividad, experiencia y ciencia) y sus cualidades humanas (carácter e integridad ética). Precisamente la verdadera idoneidad, la legítima autoridad moral del médico, consiste en reunir ambos campos de competencia, inseparables en el buen médico”.