La nueva cultura del error debe ser enseñada y asumida por los estudiantes de cualquiera de las especialidades médicas, como una de sus más importantes facetas de su formación. Pero, como dice el refrán `no se enseña lo que no se practica´, y es en los docentes, es decir todo médico que tenga a su cargo labor de formación, quien debe cargar con la responsabilidad de tener la lección bien aprendida por practicada: el error es un valioso e inestimable instrumento de progreso, una vez aceptado y rectificado, tanto para la práctica médica diaria, como en la progresiva labor de formación médica.
Ver las precisiones realizadas en el apartado (I) respecto a la fuente de que es tomada este nuevo apartado (III). Prof Gonzalo Herranz, en “Desde el corazón de la Medicina” (libro homenaje), 2103, pag. 226-228. Pasamos a reproducir sus palabras:
“…(El) hospital así es un lugar éticamente privilegiado, el laboratorio en que los estudiantes y médicos jóvenes aprenden ética médica
Parece que, lamentablemente, no se enseña mucho acerca de los errores en nuestros hospitales. En parte, es una actitud negativa, condicionada por el estilo de la educación médica vigente en Europa, y, entre nosotros, fuertemente consolidada por el sistema MIR, inmensamente eficaz, pero con la tacha de que premia el acierto y castiga el error, gratifica la memorización de datos y desincentiva la capacidad crítica. Educamos, no sé si a sabiendas, corriendo el riesgo de que los conocimientos puedan mustiar la ciencia, o, mejor dicho, la sabiduría. En parte, tal actitud viene de que no se conoce el nuevo modo de entender los errores.
En realidad, fuera de unas pocas lecciones en Medicina legal, a nuestros estudiantes no les enseñamos el mínimo deseable sobre el modo de encarar los errores que se dan en dos campos importantes: en la atención de los pacientes y en la relación con los colegas. Incluso se favorece más la vieja usanza de la ocultación y la vista gorda. El sistema educativo, aquí y fuera, incita al estudiante y al joven médico a no cometer errores, pues está bien claro que, en los exámenes, pueden descalificar; en las pasantías clínicas, hacerle a uno objeto de irrisión; en la residencia, afear la hoja de servicios. No enseñamos, o lo hacemos poco, con la teoría y el ejemplo, las buenas prácticas de rectificar los errores y reconocer la ignorancia, dos recursos esenciales para llevar una vida profesional sincera. Nuestros licenciados entran en la profesión con esa carencia.
Todavía han de pasar años para que madure el ciclo de la cultura nueva del error médico. No se puede hoy hacer predicciones firmes. Aunque la pelota está todavía en el tejado, es cada vez más intenso el mensaje que nos dice que tratar los errores con sinceridad, abiertamente, tomando el médico la iniciativa, sin esperar a que el paciente o sus allegados sospechen o pregunten, no lleva, como es mera y extendida intuición, a una tasa más elevada de litigios por mala práctica. Es cada vez más patente que la sinceridad crea una relación más humana y amistosa entre médicos y pacientes…”
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