jueves, 31 de diciembre de 2020

DESCRIMINACIÓN POR EDAD Y COVID


   Todo enfermo requiere y tiene derecho, una vez considerada su situación, a que se le tenga en cuenta, de forma diferida, condicionada o inmediata, según el grado de preferencia o urgencia que presente su caso, a una atención facultativa con estudio personalizado que valore su patología, con independencia de sus características de edad y procedencia. No contemplar ese procedimiento, corre el riesgo de que el ejercicio de la medicina que supuestamente se esté prestando no cumpla el mínimo para que sea considerado como tal.  

   Nos parece, en ese sentido, muy significativo el escrito del Dr. Joaquín Baleztena Gurrea que bajo el título "Descriminación por edad y covid 19" fue publicado en el Diario de Navarra, el pasado13 de septiembre del 2020.

   "A raíz de la pandemia SARS-CoV-2 es frecuente que salgan noticias alarmantes sobre residencias de ancianos. En muchas ocasiones, se narran hechos aislados, sesgados o magnificados que se extrapolan a “las residencias” en general transmitiendo una mala imagen de estas.

   Es mucho menos frecuente que aparezcan noticias positivas entre la enorme labor que realizan dichos centros públicos y privados y sus profesionales con nuestros mayores. Hay miles de personas en toda España que trabajan y lo dan todo, incluida la salud física y psicológica, para cuidar a nuestros ancianos.

   En las residencias se concentra la población más vulnerable frente al SARS-CoV-2, es decir, pacientes muy ancianos, muchos con demencia, dependientes y con varias patologías complejas. En gran parte por esto son los lugares donde más defunciones ha habido.

   Dicho lo anterior, bajo ningún concepto puede repetirse lo vivido en primavera, y posiblemente con medidas adecuadas, si el virus golpea de nuevo con fuerza, pueda evitarse.

   Quizá una de las principales es evitar la discriminación por razón de edad (ageismo, edadismo o etaismo) y de lugar donde viven, domicilio o residencia. Cada persona envejece de distinta manera, habiendo nonagenarios con mejor capacidad funcional y expectativa de vida no sólo cuantitativa que otras más jóvenes.

   El estado funcional, cognitivo, de dependencia y expectativa de vida son los criterios a tener en cuenta a la hora de decidir qué tipo e intensidad de tratamiento hay que aplicar y en qué nivel asistencial. Y nadie conoce técnica y humanamente mejor cada situación que el médico que lo ve día a día en la residencia junto al resto del equipo, a los que demasiadas veces se desoye a la hora de tomar decisiones. 

   La edad no debería ser determinante a la hora de decidir si una persona ingresa en un hospital, en una UCI o si se le aplica tratamiento curativo o exclusivamente paliativo. Para tomar decisiones, además de conocer el estado basal de la persona en su día a día, hay que hacer un buen diagnóstico diferencial y los síntomas de covid 19 son poco específicos y más en la población anciana pluripatológica.

   No debería pasarse por alto ninguna patología tratable por estar centrados sólo en la covid y más ahora que viene el otoño con aumento de infecciones respiratorias. Y por último, tras un diagnóstico correcto, se podrá proceder a tratar a estas personas con todos los medios que se tengan disponibles y de los que puedan beneficiarse, valorando el riesgo y beneficio de dichos tratamientos.

   Sólo después de todo lo anterior, cuando se ve que no tiene remedio curativo o que se pueda causar más daño que beneficio a la persona, se debe asumir con naturalidad que la vida tiene su fin y acompañarlos hasta el último momento con los tratamientos paliativos y cuidados de últimos días, siempre en coordinación con la familia procurando habilitar sistemas para que nadie fallezca sin sus seres queridos y con toda la delicadeza y cariño que requiere la situación.

   En resumen, esta epidemia en muchos aspectos ha deshumanizado la medicina y es urgente “rehumanizarla”. No todo es covid y hay que volver a lo más básico: en primer lugar, tener bien clasificados a los pacientes según funcionalidad y expectativas. En segundo lugar, tener en cuenta su situación epidemiológica (si son inmunes o no). En tercer lugar, hacer un buen diagnóstico diferencial antes de tomar decisiones, y finalmente proporcionar las actuaciones curativas y/o de confort adecuadas atendiendo en todo momento todas sus necesidades biológicas, mentales, sociofamiliares, espirituales, funcionales y de cualquier tipo en las que se les pueda ayudar. 

   No perdamos el norte, el objetivo es reducir el número de casos graves y de muertes evitables, procurando no causar más daño que beneficio, y que el pánico no deshumanice la vida de los enfermos, cuidadores y sociedad en general."

domingo, 27 de diciembre de 2020

EL FINAL DE LA VIDA (II)


Es interesante conocer como el Prof. Herranz aborda los siguientes temas: 

-La dignidad del morir y calidad de vida. 

-¿Es la muerte indigna? 

-¿Qué se entiende por calidad de vida?

Es muy frecuente que en la clínica se presente el concepto de “calidad de vida” y se mezcle con la dignidad en la muerte. Son dos realidades que de hecho muchas veces se expresan sin conocimiento pues el enfermo terminal, bien llevado por Cuidados Paliativos, suele tener cubierto el dolor y el disconfort anejo a su situación, y otras tantas veces su estado de conciencia está muy reducido o anulado por la propia enfermedad.

Así da respuesta a estas cuestiones el Prof Herranz:  

Muerte digna, morir con dignidad, es un eslogan muy hábilmente manejado por los activistas de la eutanasia. Pero también es un concepto ético profundo, una aspiración que no se puede dejar de lado. 

La reclamación de un derecho de cada uno a terminar su vida, a determinar el momento y el modo de la propia muerte, es un eslogan que no tiene sentido; es un eslogan publicitario, vacío. Además, la expresión "calidad de vida" (que es un término polisémico), entendida como elemento condicionante del vivir, es una idea irreal y utópica. La vida real transcurre no en la plenitud, sino en la limitación. Saber vivir con limitaciones es…, el destino del hombre. Es la única manera de sobrevivir en las circunstancias reales del hoy y del ahora”. 

Pienso que morir con dignidad es morir limpio, aseado, atendido, con los síntomas de la enfermedad terminal lo mejor tratado posible; morir con el consuelo de los suyos y de su religión, y un cristiano con atención sacramental. De esto último, a mi parecer, se habla demasiado poco. La fuerza de la gracia es fundamental para el paso a la otra Vida... Estamos olvidando siglos de sabiduría cristiana, y dejando de lado el sentido sobrenatural del vivir y del morir... Morir con dignidad es fundamentalmente morir acompañado, recibiendo afecto y consuelo. 

La calidad de vida de un enfermo terminal es un tema que no se ha trabajado lo suficiente. Cuando el pronóstico está bien sentado y es objetivo (en la media en que humanamente se pueda juzgar), es decir, cuando no hay esperanza humana de seguir viviendo, queda todavía un breve tramo final de vida que tiene un valor y unas implicaciones excepcionales.

Conviene saber que, en general, las atenciones que reclaman los pacientes terminales no son ciertamente muy grandes, …menos de las imaginadas. Los pacientes suelen vivir los últimos pocos días u horas bajo la influencia de fármacos paliativos. Su vida, sus exigencias, se van debilitando y tienden a disminuir, porque el deterioro fisiológico y mental los va apagando como un pequeño fuego que se va extinguiendo.

Vivir en esas condiciones precarias, que es como suele hacerlo el ser humano moribundo, es el modo propiamente humano de vivir la vida terminal. De la misma manera que reconocemos que en el ser humano (recién formado), de pocas células, hay un modo precario, aunque lleno de potencia, de iniciar la vida, es necesario reconocer también que hay precariedad en los días finales de la vida (cuando la plenitud, el florecimiento se han marchitado). Ese es un pedazo de la vida tan lleno de humanidad —y de humanidad cualificada- como lo pueda ser cualquier otro.

No hay otra manera de acabar la vida sino así, por lo menos en el caso de la muerte natural por vejez o por una enfermedad crónica que se agrava. Este es el modo habitual de morir.” En “Al Servicio del Enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz”, Ed EUNSA, 2015, pag 126-128.

domingo, 20 de diciembre de 2020

EL FINAL DE LA VIDA (I)


   En este apartado el Prof Herranz aporta argumentos de cuáles pueden ser las líneas directrices que se deben tener en cuenta a la hora de afrontar el final de la vida y la consiguiente ayuda médica que la enfermedad requiere en esos momentos. Ciertamente, se coloca fuera del campo de la ética todo lo que no sea la asistencia médica comprometida hasta el final de la existencia, con el deber de acompañar con solicitud profesional y esmerada atención paliativa al enfermo terminal. 

1) Así se expresa el profesor Herranz, a la hora de afrontar un aspecto importante del dolor: 
   
    “El dolor no sólo es físico... Todos sabemos que el dolor no solamente es dolor físico, sino que de ordinario tiene un eco mental y emocional muy fuerte. El dolor físico no es sólo "algia", sino también sufrimiento. Los psicofármacos y, hasta cierto punto, la psicoterapia pueden reducir el dolor, pero generalmente resultan insuficientes. A veces, el sufrimiento responde, porque es como un eco de humanidad en el que sufre, cuando se ponen remedios humanos, que consisten fundamentalmente en el consuelo y en el acompañamiento. Y esto en Medicina, sobre todo en la Medicina actual, no es fácil. Muchos médicos no han sido educados en ese aspecto, no sabe aplicarse él como fármaco.
 
   Hay pacientes que llevan su sufrimiento con entereza y calladamente; otros que lo expresan de modo muy retórico y dramático, espectacular, hasta el punto de que hacen dudar de que lo que les pasa es algo auténtico. El médico ha de saber evaluar qué es y cuánto es el eco emocional del dolor, conocer los modos en que sus pacientes traducen el dolor en sufrimiento emocional y moral, porque de eso depende en gran medida la conducta que el médico ha de seguir. 

   …(hay) un principio ético básico: que el médico ha de entender al paciente, ha de entenderse con él, oírle y hacerle caso. Si esto se comprendiera y se practicara desaparecería de la relación clínica mucho antagonismo, y disminuirían en número e intensidad los problemas que terminan en los tribunales. Además, se reduciría al silencio el argumento de los movimientos pro-eutanasia fundado en lo insuficiente de los tratamientos médicos. 

2)   En referencia a la actuación asistencial, en las vertientes clásicas de “curar algunas veces”, “aliviar muchas” y “consolar siempre” los argumentos del Prof Herranz indican: 
   
    “Años atrás se afirmaba que las funciones del médico eran curar, aliviar y consolar. Hoy parece que los médicos no tienen tiempo para esta tercera función, y la delegan en los familiares y cuidadores.
 
   El médico no puede decir "el sufrimiento no es cosa mía, es de la familia, es del sacerdote, es de los voluntarios, es de los médicos paliativos". Por desgracia, los médicos no son preparados en los hospitales universitarios para acompañar en el sufrimiento. Pero siempre he sostenido que el acompañamiento al moribundo es parte del oficio del médico, una importante función deontológica. En el Código de la profesión médica alemana hay un capítulo que lleva el significativo título de Sterbebegleitung, acompañamiento a morir. 

   Los modos de consolar, las habilidades de comprender y ayudar al paciente son temas que no están en el plan de estudios de la carrera de Medicina. Lamentablemente, no se evalúan en el curriculum profesional de los médicos. Se atribuye mérito a las publicaciones, pero la capacidad de consolar no se mide en ninguna parte, no ayuda a ascender en la carrera. Ese es un punto oscuro en la Medicina de hoy. Es cierto que se ha avanzado mucho en vencer el dolor como síntoma físico (ya no hay dolor post-operatorio agudo, no hay molestias dolorosas ligadas a las intervenciones ambulatorias, se maneja bastante bien la escala de los analgésicos), pero nos falta todavía un avance serio en comprender y tratar el sufrimiento.” 
En “El Corazón de la Medicina” (libro homenaje), 2013, pag. 123-140

martes, 15 de diciembre de 2020

LOS ENFERMOS ¿SON PERSONAS O COSAS? (y VI)

El respeto ético del médico es un condicionante de toda su actuación profesional. Tenerlo supone ejercer la medicina con la calidad debida. No se puede concebir un ejercicio de la medicina sin apreciar en primera instancia el valor de dignidad que posee la persona del paciente. El enfermo debe ser agasajado y valorado profesionalmente por esa actitud respetuosa del médico que va más allá del mero trato educado. 

El Prof Herranz explica a qué nos referimos con el respeto ético del médico, de forma certera y clara. Tomamos sus orientaciones, esquematizadas de forma sinóptica para hacerlas más didácticas:   

   “¿Qué es, pues, el respeto ético del médico? Yo lo concibo, por encima del trato cortés y educado que nos debemos unos a otros, por encima de la corrección técnica de las buenas prácticas clínicas, como el sistema nervioso del organismo ético. 

1) El respeto ético es, en primer lugar, sensibilidad. La calidad y la abundancia de la vida moral depende de la capacidad de captar los valores éticos. El respeto afina nuestros sentidos y da valor ético al paciente:

    -a su tiempo, que no puede ser menospreciado, como si valiera menos que el del médico; 

   -a sus angustias que no pueden desecharse como si fuera mero sentimentalismo, ruido de fondo irrelevante; 

   -a las cosas que nos dice, que han de ser tomadas en serio; 

   -a sus preferencias que, en la ancha medida de lo aceptable, han de ser aceptadas; 

   -a su cuerpo, que ha de ser tratado con reverencia y pudor.

2) El respeto, además de hacernos sensibles, nos hace inteligentes, pues nos ayuda a seleccionar los datos éticamente significativos, les da importancia y los carga de sentido, para integrarlos en un juicio equilibrado y prudente (supone):

   -la capacidad de analizar, seleccionar e integrar datos depende, en gran medida, del respeto con que ejercemos nuestro oficio profesional, 

   -la disponibilidad a dar siempre que se nos pida una explicación racional y éticamente satisfactoria a las decisiones que proponemos y tomamos. 

3) Por último, el respeto es también ...disponer al médico a poner diligentemente en práctica lo que debe hacer, llena de dignidad el servicio que el médico presta a su paciente. 

   El respeto al paciente es una fuente de muchas y gratas satisfacciones morales, que son el suplemento más estimado de nuestro jornal. Hay un abismo entre ejercer la Medicina en el contexto enriquecedor del respeto a la persona del paciente y el practicarla en el aburrimiento exasperante de pasarse el día remendando cosas. ¿No merecerá la pena dedicar unas pocas horas del currículo de estudios de las Facultades de Medicina a hablar a los estudiantes del inmenso regalo que les ha caído en suerte, pues están destinados a tratar con personas, y no sólo con cosas? Y decirles de propina que por ser las moléculas y las células, los órganos y los sistemas, las funciones y regulaciones que han de conocer y tratar parte y herencia de lo humano, la Medicina no es mera ciencia, sino la más humana de las ciencias." En El Corazón de la Medicina” (libro homenaje), 2013, pag. 229-243. 

lunes, 14 de diciembre de 2020

LOS ENFERMOS ¿SON PERSONAS O COSAS? (V)


   Para poner freno a la tendencia a cosificar al enfermo es necesario fomentar la personalidad del paciente, no tanto en el aspecto coloquial, sino facilitando al enfermo su capacidad de decisión. Ese esfuerzo por capacitar al paciente sus decisiones garantiza y optimiza la adecuada relación médico-paciente. 
   
   Así lo define el Prof Herranz:  "…(Hay que poner de) relieve lo que es la dignidad humana del paciente, su condición de hombre capaz de dialogar personalmente, de tú a tú, con su médico, no en el sentido coloquial del tuteo, sino en el antropológico de sentirse responsable de sí mismo. … La relación entre paciente y médico es bidireccional e igualitaria, en la que uno y otro se intercambian informaciones, se reconocen como personas de mente sana y años adultos, y negocian acuerdos: es decir, se elevan mutuamente a la condición de seres éticamente maduros y responsables, de agentes morales. 

   …el enfermo, en trance de perder su subjetividad, debía luchar constantemente para recobrarla y volver a ser el “sujeto de su enfermedad”, en lugar de resignarse a ser el “objeto del tratamiento”. …los médicos deberían ser mucho más conscientes de ese peligro de despersonalización, de cosificación, que corre el paciente, y que, por ello, deberían ayudarle activamente en sus esfuerzos para reapropiarse de su personalidad amenazada por la enfermedad. 

   Ese es un aspecto más… de la cosificación del individuo, un peligro que encontramos por todas partes. En el campo de las relaciones sociales, se cosifica a gran escala. 

   Los derechos de los pacientes son un antídoto contra ese peligro, un estímulo moral, mucho más que jurídico, que anima al enfermo a ser y a portarse como persona; y al médico a respetar, a pesar de todas las apariencias, la dignidad humana de todos sus pacientes. 

   Sólo respetando a los pacientes como personas, pero, sobre todo, sólo tratándose el médico a sí mismo como una persona con una vocación especial, puede el médico encontrar significado y satisfacción en su trabajo, a veces agotador. 

   El médico es un importante agente (o contra-agente) terapéutico. Su personalidad, está suficientemente demostrado, puede ser tan benéfica, a veces, como las medicinas que administra; otras veces, puede ser tan destructora, o más, que la misma enfermedad". En El Corazón de la Medicina” (libro homenaje), 2013, pag. 229-243. 

domingo, 13 de diciembre de 2020

EL ALCOHOLISMO SOCIALMENTE CONSIDERADO

   Estas breves reflexiones que voy a exponer como médico son fruto del trabajo con cientos de enfermos de alcoholismo, y también por haber asistido a muchos que fallecían, adultos jóvenes, por su patología alcohólica, conscientes de que ya era demasiado tarde para dejar de beber y poder evitar un desenlace que se presumía más o menos próximo.

   Una primera afirmación básica de la que hay que partir y asumir, es que el alcoholismo es una enfermedad, y una enfermedad grave. Tiene la característica de que se va gestando silenciosamente, con inicio casi imperceptible, utilizando, en muchas ocasiones, un pretexto para solucionar un problema o dificultad personal más o menos justificada, tanto en el joven como en el adulto, como puede ser, por ejemplo, querer sobreponerse a una tendencia a la timidez que se quiere solucionar con una ingesta alcohólica pretendida como “normal” (que es muy por encima de lo que es el valor normal). Otras veces, esa ingesta “normal” se desea como ayuda para sobrellevar un fracaso, etc. Ahí el alcohol presta un “gran servicio”, pero también constituye es el inicio de una dependencia que puede llevar a una esclavitud de por vida.

   Ese servirse del alcohol para obtener un cierto beneficio personal, es especialmente dañino en el joven. El adulto tiene, en principio, ciertos recursos para ser más consciente del problema que le genera el alcohol, y así superar algunas situaciones que le abocan a la bebida. Pero el joven, por su lógica inmadurez, está especialmente expuesto y sin apenas recursos para evitar el progresivo avance de la enfermedad alcohólica, y se queda atrapado por ella.

   Está muy demostrado que el joven, en la ingesta de alcohol, está muy influenciado por la conducta que observa en sus padres. Unos padres que no ayuden con su ejemplo a la hora del propio consumo de bebidas alcohólicas, o no expliciten, de forma clara, que la bebida alcohólica tiene sus límites, o bien, resten importancia a estados de ebriedad, o bien, aprueben, aunque sea sólo tácitamente, ciertos excesos en este tema, indudablemente están marcando de forma considerable las actitudes que tomen o tomarán sus hijos en esta materia.

   Conviene saber, además, que todo joven tiene un proceso de maduración cerebral que finaliza ya entrada la segunda década de la vida, y por esa razón, son numerosos los trabajos que alertan del consumo de alcohol en la etapa temprana de la vida. Es un argumento que debe pesar en la responsabilidad de los padres.

   En los momentos que nos encontramos, ciertamente, no resulta ésta una tarea nada fácil, cuando los jóvenes tienen, hoy en día, prácticamente todo permitido, y se viste de “normalidad” lo que es más bien frecuente, como es cualquier conducta tomada por la mayoría: el “botellón” en grupo de jóvenes (de comienzo a los trece años). Pero pienso que esa dificultad para prevenir en los inicios la enfermedad alcohólica no debe asumirse con la conformidad de que se puede hacer poco. por remediar ese estado. Es más, por el contrario, debe ser una razón poderosa para estar especialmente alerta. El ser consciente de ese problema ya es una clara victoria.

   Actualmente también hay que contar que los jóvenes sufren una poderosa presión social fomentada por un permisivismo sin límites que favorece y fomenta el alcoholismo entre ellos. Es de sobra conocido que el alcohol es puerta de entrada a todo tipo de drogas, al libertinaje de la permisividad sexual, etc. en el que el consumo de alcohol es un aliciente querido, buscado, y fomentado sin frenos por esa razón.

   La solución pienso que debe venir, esencialmente, no tanto por un severo control de los padres, un mayor control policial, un incremento de tasas en la bebida, mayores trabas en la consecución del alcohol, etc. Indudablemente, esos procedimientos pueden ser en ocasiones aceptables estrategias, pero lo que es del todo insustituible, y más eficaz, es promover un programa de adecuada formación en este campo, que sirva para suministrar un criterio personal de comportamiento, y así prevenir la enfermedad alcohólica con el conocimiento de los graves y numerosos estragos que a nivel individual y social produce.

   A todos nos conviene estar atentos al consumo individual del alcohol, que por ser saludable su consumo, tiene también un saludable límite.


LOS ENFERMOS ¿SON PERSONAS O COSAS? (IV)

   En este nuevo apartado el Prof Gonzalo Herranz denuncia una carencia especialmente necesaria en el trabajo asistencial con el enfermo, y que al faltar, aunque sea de forma inadvertida, de hecho se puede tratar al enfermo como cosa, olvidando que el facultativo se debe ante todo al enfermo que presenta unas alteraciones, y no sólo a unas alteraciones, más o menos anónimas, que resolver. Hace referencia más especial a España, pero puede ser extensivo, en buena parte, a muchas Facultades de Medicina fuera de España.  

   “La visión monocular y sus causas. No es esta la ocasión para hacer una lista de los actos de omisión y comisión derivados de la visión monocular, de esa media ceguera. Voy a referirme brevemente al más elemental de todos ellos. En su lenguaje coloquial, en el argot que hablan los médicos entre sí, los médicos apenas se refieren a personas. No llaman a sus pacientes por su nombre y apellido: los designan con etiquetas diagnósticas o términos operativos. En pasillos y ascensores de los hospitales, se oye hablar de las dos nefrectomías de esta mañana, de la cirrosis biliar primaria que acaba de ingresar, del cateterismo de ayer, … A veces se habla de los pacientes como culpables del fracaso de las intervenciones médicas: …“la paciente desobedeció el plan terapéutico y cayó otra vez en una insuficiencia hepática de caballo”. Quizá se habla así para guardar, en unos casos, el secreto profesional, y, en otros, como mecanismo inconsciente para preservar la salud mental, el ego, o el orgullo profesional. 

   En todo caso, negar el nombre a una persona es el primer paso hacia su cosificación, hacia robarle humanidad: se pone así entre paréntesis al hombre y se maneja sólo su problema. El efecto a largo plazo de este recurso reduccionista es desentenderse de todo lo que sea irrelevante para la etiqueta asignada, es establecer el prejuicio cientifista deshumano como guía de actuación. La etiqueta sustituye, como categoría mental, a la persona… 

   En España, los estudiantes de Medicina y los jóvenes médicos reciben una educación muy exigente en lo científico. Pero, en lo que respecta a la formación humana y ético-profesional, están en una amplísima mayoría sometidos… a una dieta carencial….

   Al hacer la historia clínica, apenas se pone a hablar el paciente, el joven médico ya está preguntándose hacia dónde apuntan, en términos de órganos o sistemas, de funciones y regulaciones, de mecanismos celulares o moleculares, los datos que cuenta el paciente en su relato, o los que él le sonsaca en el interrogatorio. Lo demás carece de interés: lo que la enfermedad suponga de crisis existencial para el paciente, o el impacto que ella pueda tener en la vida personal o familiar. Eso, de momento, es irrelevante,…

   Esa formación, duramente técnica y escasamente humana, crea un hábito intelectual del que no es fácil salir: la enfermedad y, en consecuencia, el enfermo, son vistos en un campo visual reducido, en el que lo personal es eclipsado por lo biológico. Un estudiante, que ha oído hablar de complejas familias de fármacos o de la clasificación de rarísimos trastornos congénitos del metabolismo, puede terminar su carrera sin que nadie la haya hablado o invitado a reflexionar sobre qué es, en qué se manifiesta y qué exigencias nos impone, eso que se llama dignidad humana. Nadie le ha ayudado a adquirir una visión cordial, acogedora, de los derechos de los pacientes: todo lo más, han oído hablar de esos derechos como una estrategia más del oportunismo de los políticos, o como papel mojado. Todo lo más, interesa el consentimiento informado no tanto como muestra de respeto ético sino como pararrayos jurídico. 

   Es lógico, con este trasfondo educativo, que la ética juegue un papel secundario en nuestros hospitales y ambulatorios, pues son mayoría ya en ellos los médicos que se han formado en la ignorancia de las humanidades médicas. No es fuerte el apoyo ni cordial la acogida que en muchos hospitales recibe el comité de ética asistencial. El modo de tratar a los pacientes como personas, el nivel de práctica del respeto ético, no sólo es menos que óptimo: se resiente de la falta de ambiente, de habilidades aprendidas, de destrezas practicadas. Se actúa, en lo humano, de modo más intuitivo que reflexivo. Son muy frecuentes las faltas por omisión”. En El Corazón de la Medicina” (libro homenaje), 2013, pag. 229-243. 

lunes, 7 de diciembre de 2020

LOS ENFERMOS ¿SON PERSONAS O COSAS? (III)

Siguiendo con la relación médico-paciente, el Prof Gonzalo Herranz, valora la actitud doble que debe tener el médico para conducir su actuación de forma correcta. Es decir, prestar auxilio al paciente tanto con la ciencia como con la consideración para que no se oscurezca nunca la dignidad de la persona enferma.

   En ese sentido se expresa el Prof Herranz:

   “La visión binocular del médico.  Así pues, delante del enfermo el médico ha de resolver un enigma: el de reconocer en el paciente, cualquiera que sea su condición, toda la dignidad de un ser humano. La enfermedad tiende a eclipsar, en mayor o menor medida, la dignidad humana del paciente: la limita, la oculta e, incluso, amenaza arruinarla. Si gozar de buena salud nos da, en cierto modo, la capacidad de alcanzar una relativa plenitud humana, estar enfermo supone, de mil modos diferentes, una merma, pequeña o grande, de la capacidad de desarrollar el proyecto de hombre que cada uno de nosotros acaricia. Nos limitan los pequeños achaques e indisposiciones, que roban alegría de vivir o nos acobardan ante el trabajo que queda por hacer. Nos limitan, sobre todo, las enfermedades crónicas, que, con el paso de los años, van incapacitando o provocan sufrimientos físicos o morales nada fáciles de soportar, que desaniman o deprimen.

   Por eso, los médicos hemos de comprender que la enfermedad no consiste sólo en trastornos biológicos. Es cierto que las enfermedades tienen, como estudiamos en los libros de patología, causas y mecanismos; se expresan en una infinita variedad de desarreglos moleculares o celulares, de trastornos de correlaciones que pueden analizarse y cuantificarse, y sobre los que podemos influir con los muchos recursos de nuestro arsenal terapéutico. 

   Pero, conviene insistir, la enfermedad es, además de todo eso y al mismo tiempo, a veces de un modo casi exclusivo, una amenaza a la integridad personal, que somete a prueba al enfermo, lo aboca a una crisis existencial. Por esta razón, la atención médica no puede reducirse a una simple operación técnico-científica. Incluye muchas veces una dimensión interpersonal. Pues no trata sólo de neutralizar o destruir la causa de la enfermedad, aliviar el dolor, y/o paliar los síntomas que provienen de estructuras biológicas deterioradas. Ha de suprimir también la amenaza de soledad, minusvalía e indefensión con que amaga la enfermedad. Necesita muchas veces el médico administrar, junto con sus medicamentos, esperanza y consuelo, paz y calor, coraje o tranquilidad

   Hay una expresión que, al parecer, se remonta a Séneca y San Agustín, que muestra con mucha elocuencia esa situación del hombre enfermo, esa inextricable coexistencia de lesión física y necesidad espiritual: `Res sacra miser´. El hombre enfermo es una cosa sagrada y, a la vez, digna de compasión. Con esta denominación, recuperada por Vogelsanger, se expresa de modo magnífico la especial situación de la humanidad del hombre víctima de la enfermedad seria, incluida la enfermedad terminal. Traduce de maravilla la coexistencia de lo sagrado y dignísimo de toda vida humana, con la miseria del decaimiento orgánico causado por la enfermedad. 

   Cuando el médico considera al enfermo como alguien que es incondicionalmente digno, aunque caído en una miseria profunda, entonces está mirándole con visión binocular. La gente quiere ser atendida por médicos que tengan la ciencia suficiente para comprender y resolver los problemas de su biología, y que sean lo suficientemente humanos para comprender y resolver los problemas de su existencia puesta en crisis por la enfermedad. 

   Pero la gente se queja muy frecuentemente de que muchos médicos se han vuelto ciegos para lo humano, han perdido el sentido del relieve”. En El Corazón de la Medicina” (libro homenaje), 2013, pag. 229-243.