En este nuevo apartado el Prof Gonzalo Herranz denuncia una carencia especialmente necesaria en el trabajo asistencial con el enfermo, y que al faltar, aunque sea de forma inadvertida, de hecho se puede tratar al enfermo como cosa, olvidando que el facultativo se debe ante todo al enfermo que presenta unas alteraciones, y no sólo a unas alteraciones, más o menos anónimas, que resolver. Hace referencia más especial a España, pero puede ser extensivo, en buena parte, a muchas Facultades de Medicina fuera de España.
“La visión monocular y sus causas. No es esta la ocasión para hacer una lista de los actos de omisión y comisión derivados de la visión monocular, de esa media ceguera. Voy a referirme brevemente al más elemental de todos ellos. En su lenguaje coloquial, en el argot que hablan los médicos entre sí, los médicos apenas se refieren a personas. No llaman a sus pacientes por su nombre y apellido: los designan con etiquetas diagnósticas o términos operativos. En pasillos y ascensores de los hospitales, se oye hablar de las dos nefrectomías de esta mañana, de la cirrosis biliar primaria que acaba de ingresar, del cateterismo de ayer, … A veces se habla de los pacientes como culpables del fracaso de las intervenciones médicas: …“la paciente desobedeció el plan terapéutico y cayó otra vez en una insuficiencia hepática de caballo”. Quizá se habla así para guardar, en unos casos, el secreto profesional, y, en otros, como mecanismo inconsciente para preservar la salud mental, el ego, o el orgullo profesional.
En todo caso, negar el nombre a una persona es el primer paso hacia su cosificación, hacia robarle humanidad: se pone así entre paréntesis al hombre y se maneja sólo su problema. El efecto a largo plazo de este recurso reduccionista es desentenderse de todo lo que sea irrelevante para la etiqueta asignada, es establecer el prejuicio cientifista deshumano como guía de actuación. La etiqueta sustituye, como categoría mental, a la persona…
En España, los estudiantes de Medicina y los jóvenes médicos reciben una educación muy exigente en lo científico. Pero, en lo que respecta a la formación humana y ético-profesional, están en una amplísima mayoría sometidos… a una dieta carencial….
Al hacer la historia clínica, apenas se pone a hablar el paciente, el joven médico ya está preguntándose hacia dónde apuntan, en términos de órganos o sistemas, de funciones y regulaciones, de mecanismos celulares o moleculares, los datos que cuenta el paciente en su relato, o los que él le sonsaca en el interrogatorio. Lo demás carece de interés: lo que la enfermedad suponga de crisis existencial para el paciente, o el impacto que ella pueda tener en la vida personal o familiar. Eso, de momento, es irrelevante,…
Esa formación, duramente técnica y escasamente humana, crea un hábito intelectual del que no es fácil salir: la enfermedad y, en consecuencia, el enfermo, son vistos en un campo visual reducido, en el que lo personal es eclipsado por lo biológico. Un estudiante, que ha oído hablar de complejas familias de fármacos o de la clasificación de rarísimos trastornos congénitos del metabolismo, puede terminar su carrera sin que nadie la haya hablado o invitado a reflexionar sobre qué es, en qué se manifiesta y qué exigencias nos impone, eso que se llama dignidad humana. Nadie le ha ayudado a adquirir una visión cordial, acogedora, de los derechos de los pacientes: todo lo más, han oído hablar de esos derechos como una estrategia más del oportunismo de los políticos, o como papel mojado. Todo lo más, interesa el consentimiento informado no tanto como muestra de respeto ético sino como pararrayos jurídico.
Es lógico, con este trasfondo educativo, que la ética juegue un papel secundario en nuestros hospitales y ambulatorios, pues son mayoría ya en ellos los médicos que se han formado en la ignorancia de las humanidades médicas. No es fuerte el apoyo ni cordial la acogida que en muchos hospitales recibe el comité de ética asistencial. El modo de tratar a los pacientes como personas, el nivel de práctica del respeto ético, no sólo es menos que óptimo: se resiente de la falta de ambiente, de habilidades aprendidas, de destrezas practicadas. Se actúa, en lo humano, de modo más intuitivo que reflexivo. Son muy frecuentes las faltas por omisión”. En “El Corazón de la Medicina” (libro homenaje), 2013, pag. 229-243.
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