Pasemos a las consideraciones del Prof Herranz:
“En el planeta, Holanda y Bélgica han sido las sedes de la “prueba piloto” de los efectos de la aceptación social de la eutanasia. En quienes llegan a practicarla se produce un efecto psicológico en cascada, del que es muy difícil echarse atrás; se pierde el respeto por la vida y la autonomía de los pacientes y las familias, y por parte de los ciudadanos, la confianza en los médicos y las enfermeras. Aquí se describe la evolución de los argumentos y términos a favor de la eutanasia, y la seria dificultad de las autoridades sociales para controlarla. Las conclusiones de investigaciones científicas sobre la experiencia holandesa y otros estudios, llevaron a que el Comité de la Cámara de los Lores de Inglaterra concluyera la conveniencia de no legalizarla.
La eutanasia no tiene conformidad con el ethos de la medicina. Es incompatible: no puedo imaginar un médico investido por ley del paradójico y discrecional privilegio de dar muerte a algunos de sus pacientes. Reconozco que, para ciertos espíritus sensibles, la eutanasia puede ser a veces una tentación casi irresistible. Pero con plena lucidez veo que si un médico sucumbe a la idea de que es profesional y éticamente correcto poner fin a la vida de uno de sus enfermos, ya no podrá de ofrecer ese “remedio” a más pacientes cada vez y con más anticipación. La eutanasia no es medicina, porque no la completa: la sustituye.
La eutanasia nos interpela a todos
La inquietante pregunta: “¿no es la eutanasia, acaso, la solución de muchos problemas?” no tiene un pelo de retórica. Se nos dirige casi a diario: en las noticias de la prensa y en los debates televisivos, en encuestas promovidas por casos dramáticos o tras estrenos de filmes de gran éxito, en las deliberaciones de los comités de ética de los hospitales o en estudios demoscópicos que pulsan la opinión pública ante propuestas legislativas.
La respuesta del público depende en buena medida de los mensajes que le envían los promotores de la eutanasia y, en medida mucho menor, los detractores de ella. Merece la pena considerarlos con circunspección. Es patente que, en muchas cosas, todos estamos de acuerdo: estamos todos a favor de la buena muerte, del morir sereno y digno, en cuidar con competencia técnica y humana del bienestar físico del moribundo, de aliviar sus síntomas, de atender sus legítimos deseos, de que muera acompañado del afecto de los suyos, confortado con el consuelo espiritual. Es patente también que, entre otras cosas, estamos profundamente divididos. En concreto, sobre si hay, o no, vidas humanas de calidad, biológica o existencial, tan carentes de sentido, que sería justo y digno ponerles fin.
Los promotores de la eutanasia llevan ya tantos años enviándonos sus persuasivas eslóganes, que buscan nuestro apoyo para que se despenalice la eutanasia y se instale en la sociedad la idea de que es éticamente correcto terminar las vidas carentes de calidad. Ese mensaje ya no es hoy sostenible. En los países avanzados han tenido que cambiarlo sucesivamente, para adaptarlo a las mudables circunstancias de ideas, lugar y tiempo. Conviene conocer la realidad de la eutanasia para evaluar los mensajes que sobre ella recibimos". Gonzalo Herranz "La metamorfosis del activismo pro eutanasia" Persona y Bioética, 2014, 22-23, pag 16-21.
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