Así se expresa el Prof Gonzalo Herranz:
“Respecto a la progresiva irrelevancia de los conceptos, la frontera entre regulación de la natalidad/control de los nacimientos y aborto ha sido objeto de un desdibujamiento progresivo, hasta el punto de que para muchos médicos y bioeticistas, y también para algunos teólogos morales, es una cuestión carente de interés: es asunto que se puede ignorar o considerar como irrelevante.
Hace unos años eran frecuentes los artículos que todavía se interrogaban sobre la significación biológica y moral de que un determinado agente actuara en una fase preconcepcional, evitando la ovulación o impidiendo la fecundación, o si ejercía su acción después de la fecundación, lesionando directamente al embrión joven o impidiendo simplemente su anidación.
Las revistas publicaban artículos con títulos como, por ejemplo, La píldora del día siguiente y el dispositivo intrauterino: ¿cantraceptivos o abortifacientes?, o La Mifepristona, ¿agente contragestativo o abortifaciente médico? Ello es muy congruente con la vocación científica de la Medicina: no es suficiente conocer los efectos finales de las intervenciones biomédicas: es necesario determinar y estudiar en detalle los mecanismos por medio de los cuales actúan.
Pues bien, los artículos que estudian esos problemas constituyen una especie en riesgo de extinción. El hecho no parece deberse a que la materia carezca de interés científico.
El desinterés por el problema viene de fuera: el esclarecimiento del mecanismo de acción puede crear un rechazo de esos procedimientos en ciertos ambientes religiosos o culturales. Para evitar tal rechazo, lo mejor es ignorar: tender un velo de silencio sobre lo ya conocido o volatilizar el problema, no interesándose por él ni científica ni éticamente.
Una historia puede aclarar este modo de proceder. En un artículo de revisión, publicado en una revista seria, titulado Una década de contracepción intrauterina: 1976 to 1986, Howard J. Tatum y Elizabeth B. Connell, de la Emory University School of Medicine, Atlanta, Georgia, relatan como los DIUs fueron absueltos de toda malignidad. Estas son sus palabras: Se han hecho, ya desde el momento en que los DIUs empezaron a usarse con propósitos de contracepción, acusaciones de que su acción se debe fundamentalmente a una acción abortiva. Este concepto ha sido difundido por ciertos grupos religiosos que han proscrito en consecuencia el DIU como medio moralmente aceptable para controlar la fertilidad.
Uno espera que los autores refuten esas acusaciones de un modo científico, aportando pruebas relevantes a la cuestión básica. Esto es, de si los diferentes tipos de DIUs poseen un mecanismo de acción preconcepcional sobre los gametos mismos o si, por el contrario, destruyen al embrión joven en algún momento de su existencia, sea antes, en el curso, o después de su implantación en la pared uterina. Pero el desengaño es inmediato: la refutación de aquellas alegaciones se hace, no en el terreno firme de los hechos científicos, sino por medio de la redefinición táctica de los conceptos, mediante lo que puede llamarse con justicia un lavado de cerebro.
Nos engañan Tatum y Connell cuando nos dicen: Las definiciones precisas de los términos gestación y aborto y los datos científicos recientes nos ayudan a rechazar tales conceptos erróneos y esas informaciones engañosas que, en el pasado, han enturbiado todo el problema de los mecanismos por los que se ejerce el efecto contraceptivo de los DIUs.
No cabe duda que las nuevas definiciones vienen avaladas por corporaciones muy importantes, más interesadas quizás en revestir de aparente dignidad sus rutinas profesionales, que en esclarecer la realidad de los hechos. Con cínica sencillez, esas nuevas definiciones ignoran la parte moralmente significativa de la realidad, y todo se considera arreglado mediante la solemne aprobación de una nueva terminología trucada”. Gonzalo Herranz, conferencia “La píldora RU-486 y otros abortivos: ¿El control natal del futuro?”, en el Congreso Internacional por la Vida y la Familia. Santiago de Chile, 20 de agosto de 1994.