Refiere el Prof Herranz:
“El tema de que he de tratar aquí es particularmente relevante. Nos coloca ante una pregunta: ¿qué dice la ética profesional del médico sobre la debilidad del paciente y, concretamente, de la debilidad del paciente terminal? ¿Es la debilidad signo para una particular protección o (una) marca para el abandono y el desprecio?
Es este un tema esencial de la Medicina y, a la vez, un asunto de vibrante actualidad. Es ahí donde la Medicina paliativa se presenta como protectora de humanidad.
La historia sufre vaivenes… Andar basculando entre el respeto y el abandono es asunto que ha estado continuamente presente en la historia de la Medicina y que está presente en el debate interior de muchos médicos y enfermeras.
La debilidad no parece de suyo muy respetable. Siempre se ha dicho en Medicina, delante del enfermo terminal: “ya no hay nada que hacer”. Y, muchas veces, la reacción ante la debilidad toma una de las muchas formas del abandono.
Platón, en la República, resume la actitud de la medicina griega, incluida la hipocrática: “Esculapio enseñó que la medicina era para los de naturaleza saludable pero que estaban sufriendo una enfermedad específica. Él les libraba de su mal y les ordenaba vivir con normalidad. Para aquellos, sin embargo, cuyos cuerpos están siempre en un estado interno enfermizo, ni siquiera les prescribía un régimen que pudiera hacer de su vida una miseria más prolongada. La medicina no era para ellos y no deberían ser tratados aunque fuesen más ricos que Midas”.
Y así siguen pensando hoy mucha gente racionalista y pragmática, los seguidores de cualquier filosofía, antigua o moderna, del poder, la vitalidad: en la costumbre de los antiguos de exponer a los enfermos o débiles, en el disgusto instintivo que todos sentimos en presencia de la vida empobrecida. Nietzsche llevó ese rechazo al extremo. Basado en las exigencias de la razón, el sentimiento, la naturaleza y el instinto, hace de la voluntad fundamental de estar sano el principio fundamental de la naturaleza. La voluntad vital y segura del instinto no mueve al hombre sano a respetar y compadecerse del enfermo y el débil, sino mas bien le empuja al desprecio, incluso a la aniquilación.
El reconocimiento del valor humano de los débiles entra en la humanidad con la tradición judeo-cristiana, sobre todo cristiana, de que todos, fuertes y débiles, somos iguales delante de Dios, de que todos poseemos una idéntica dignidad, intrínseca e inalienable, que se nos da con la misma existencia. Una dignidad que nos viene de ser todos y cada uno, sin distinción y misteriosamente, imago Dei”. En Gonzalo Herranz, Conferencia en el VI Máster de Cuidados Paliativos. Aula “Ortiz Vázquez”, Hospital La Paz de Madrid, 8 de mayo de 1999
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