miércoles, 6 de marzo de 2024

LA FAMILIA ARTIFICIAL (VII)

La Medicina no es ajena a la mentalidad antinatalista imperante en la sociedad, pero, si no se deja contagiar, puede ser un revulsivo muy eficaz al objetivar la realidad y dignidad de todo ser humano concebido.  

El Prof Gonzalo Herranz:

“E. E. Baulieu, el promotor de la píldora abortiva, ha creado la noción de contragestión, una habilidosa contracción del término contragestación, para englobar, bajo una denominación nueva y no traumática, fácil de aceptar por todos, todo el conjunto de procedimientos de contracepción abortiva y de aborto farmacológico…

En un ambiente ético infiltrado por la ideología contragestativa, el niño vale en la medida en que es deseado y para lo que es deseado. 

El amor a los hijos entra en crisis profunda: no faltarán las ocasiones en que los padres -ante la falta de trabajo, la necesidad de renunciar a un proyecto material largamente acariciado- no podrán evitar el pensamiento de que tal o cual hijo es, por encima de toda otra consideración, un error de cálculo, un fallo de programación, que obliga a renunciar a ciertas aspiraciones materiales o a aplazar un proyecto determinado. 

Peor aún, un hijo puede ser percibido por los otros miembros de la sociedad como un descrédito: es tonto tener hijos cuando hay sobradas razones, o simplemente alguna razón, para no tenerlos. 

Otras veces, el hijo es programado para resolver un problema. Se lo diseña como una pieza de recambio: para ocupar el lugar del hijo muerto o que va a morir a corto plazo a consecuencia de una enfermedad incurable, o para utilizarlo como donante de médula ósea para la hermanita que sufre leucemia.  

En un clima social en que los hijos se calculan y se deciden, se hace particularmente doloroso o humillante el que un crío salga torpe, o feo, o simplemente llorón, psicológicamente no encantador. 

¿A qué se debe la epidemia que se extiende por el mundo occidental de malos tratos infantiles, de sevicias (crueldad) e, incluso, de abuso sexual? La mentalidad de dominio tiende a despersonalizar a los niños. Sus mismos padres pueden ya no considerarlos como seres humanos a los que hay que profesar un respeto ilimitado, sino como animalitos domésticos o como objetos de los que se dispone caprichosamente. 

Los padres tienden a ejercer con intensidad creciente un derecho de propiedad y uso sobre sus hijos: el progreso de dignificación de las relaciones humanas, en general, y de las intrafamiliares, en particular, que había operado el progreso económico, se ha detenido o se ha venido abajo en la sociedad de bienestar neomaltusiana. La ideología del hijo como producto que se programa tiende a cosificar al hijo.” Gonzalo Herranz, Universidad Panamericana, México, D.F., 24.III 1993 

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