El Prof Herranz lo expresa con claridad:
Cuestión: Robert Edwards recibió el premio Nobel de Medicina 2010 por sus investigaciones sobre técnicas de fecundación in vitro, que hicieron posible el nacimiento de la primera niña probeta (25 de julio de 1978). Desde el punto de visto ético dichas técnicas presentan importantes objeciones. Además, como señaló Cari Djerassi: "cuando el embrión humano se obtuvo fuera del claustro materno, el genio se escapó de la lámpara". ¿No es cierto que lo que nació para poner remedio a la infertilidad se está convirtiendo en una cuestión de intereses subjetivos y económicos?: bebés medicamento, niños a la carta, maternidad de alquiler y mercantilismo reproductivo
Respuesta: “La deriva microsocial que ha empujado a la fecundación in vitro ha superado todos los cálculos. En los años inmediatamente anteriores a 1978 (cuando nació la primera niña probeta) muchos bioéticos (Fletcher, Ramsey, Kass, entre otros) trataron de vislumbrar las consecuencias de la reproducción artificial. Eran personas muy imaginativas, que crearon escenarios sorprendentes, futuristas; pero que, ante lo que vino después, se quedaron cortos. En aquel tiempo, antes y después de 1978, la preocupación estaba centrada en la posibilidad de que las técnicas de reproducción asistida indujeran malformaciones o trastornos del desarrollo que conllevara una descendencia defectuosa. Los efectos sobre la estructura de la familia y el matrimonio humanos estaban en segundo plano: lo importante era acabar con el sufrimiento de la esterilidad por obstrucción tubárica.
No cabe duda que sacar la transmisión de la vida humana de sus límites corporales, de la relación conyugal, ha despersonalizado la reproducción, la ha cosificado. Hacer extracorpórea la transmisión de la vida humana es, en cierto modo, hacerla deshumana, es desconectarla del hombre y exiliarla al mundo extraño del laboratorio, donde lo humano, los gametos y los embriones, se hacen objeto tecnificado. Y donde, de modo casi inevitable, el dominio del experto, lo mismo que el capricho del cliente, tienden a hacerse norma.
Por un tiempo se pensó que la reproducción asistida estaba destinada a aliviar la esterilidad de las parejas. Pero esa idea no podía resistir al doble ataque del virtuosismo técnico (podré hacer lo que hasta ahora nadie ha hecho) y de la autocracia del consumidor (haré que me hagan lo que no han hecho a nadie). Curiosamente, muchos han querido ser originales. Y responder a los deseos de unos y otros se ha convertido en la brújula del progreso técnico. Se ha creado un mundo de caprichos. Ahí tenemos el caso de la India: la maternidad de alquiler es hoy una repugnante explotación que las mujeres ricas del primer mundo ejercen sobre las mujeres pobres del tercer mundo. Cierto que allí están tratando de poner orden legislativo a este abuso, pero el turismo explotativo de la reproducción asistida es muy fuerte: los agentes locales, médicos y negociantes, no parecen muy escrupulosos.” (En “Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz. José María Pardo. Ed EUNSA, 2015, 85-86)