El Prof Herranz relata la historia de los primeros pasos en la eutanasia provenientes de mentalidades facultativas y judiciales que colaboran al unísono una vez que recogen lo que ellos mismos siembran en la sociedad. Es decir, un sistema sanitario que no afronta profesionalmente la enfermedad terminal y sus síntomas, entre los que se encuentra el dolor, propicia que el paciente tenga las opciones reducidas y se le facilite abrazarse a la única solución que le brinda el facultativo lleno de "compasión" pero vacío de profesionalidad: la eutanasia.
Así describe el Prof Herranz la concatenación de los hechos:
“Es doloroso que fueran precisamente los grupos sociales que debían proteger de modo particular la vida humana (los médicos y los jueces) los que, apostatando de esa misión, desarrollan los criterios pre-legales para la eutanasia y después prepararon la legislación.
Cuando la Real Sociedad Holandesa de Médicos estableció, con la anuencia de la Judicatura, que la eutanasia y la ayuda médica al suicidio podrían practicarse en unas condiciones que ellos mismos habían diseñado para que el asunto no se les fuera de las manos, la sociedad y el legislativo reaccionaron con una sumisión pasmosa.
No todos los médicos aceptaron el nuevo estado de cosas. Se produjo una escisión entre los médicos. Los médicos que respetaban la vida humana se separaron de la Real Sociedad Holandesa de Médicos y crearon un organismo paralelo, llamado la Liga Holandesa de Médicos. No eran muchos, casi todos veteranos, de modo que, con el paso del tiempo, fueron disminuyendo en número y fuerza social. Hoy, la oposición profesional a la eutanasia en Holanda, y en gran parte de Bélgica, es muy débil, lo que está en fuerte contraste con lo que ocurre en el resto de Europa.
Así, pues, en Holanda se hizo lo que dijeron los médicos. Hendin ha podido hablar de un fenómeno absolutamente nuevo: el de una "sociedad fascinada por la muerte". Su libro Seducidos por la muerte indica hasta qué punto la mezcla de compasión, de utilitarismo extremo y de intolerancia al dolor pueden crear una cultura de este tipo.
Llegó un momento en el que la propia Real Sociedad Holandesa de Médicos, al percibir una incipiente alarma social ante el incremento que iba tomando la eutanasia, recomendó a los médicos no utilizar la eutanasia como modo de poner fin a la vida de los pacientes, sino que se limitaran a la ayuda médica al suicidio, proporcionando a los pacientes que las solicitaran las instrucciones y las medicinas necesarias para causarse ellos mismos la muerte, y dejar, de paso, a la Medicina libre de toda sospecha.
Rápidamente se vio que el problema no se resolvía así, pues muchos pacientes preferían seguir sufriendo antes que suicidarse. Eso prolongaba su vida y, por consiguiente, la demanda de atención médica domiciliaria, pues en Holanda la atención terminal se hace en casa de los pacientes (en los Países Bajos los enfermos terminales no suelen ser admitidos en los hospitales para recibir atención paliativa).
Fue entonces cuando la Real Sociedad Holandesa de Médicos recomendó a los facultativos que simplemente recurrieran a la sedación terminal: de ese modo, se obviaban los posibles conflictos judiciales ligados a la eutanasia y a la ayuda al suicidio. La sedación, en cuanto sedación terminal o eutanásica, se ha convertido en un modo sencillo de resolver el problema de la enfermedad terminal. La gente la denomina "eutanasia lenta".
Todo esto fue posible por una cooperación activa de los jueces. En los pocos Juicios de los casos denunciados por infracción de normas legales, los jueces fueron justificando nuevas indicaciones de la eutanasia. De tal manera que a la "eutanasia por dolor insufrible" siguió la "eutanasia por sufrimiento psicológico grave", la "eutanasia neonatal" (porque significaba un sufrimiento insoportable para los padres) y la "eutanasia por dolor existencial", que viene a ser una desgana grande ante una existencia precaria o desconsolada. Por eso se puede decir que hoy en Holanda la mera petición al médico de la eutanasia significa prácticamente obtenerla.
Ya desde el principio se vio que era alto el número de las eutanasias no voluntarias (de 800 a 1000 por año). Se trataba de casos en los que no había una petición racional y reiterada del sujeto: pacientes en estado vegetativo persistente, dementes avanzados o incapaces mentales.
El fenómeno que, sin embargo, desacredita la validez práctica de la ley fue el número de casos de eutanasia involuntaria; es decir, la eutanasia de pacientes conscientes, cuya vida era considerada por los médicos como carente de valor, improductiva, o exigente de atención médica excesiva. Se trataba en muchas ocasiones de ancianos sin familia, abandonados, sin sistemas de ayuda, para los que se juzgaba que la muerte era mejor que seguir viviendo así. Muchos médicos confiesan que han practicado este tipo de eutanasias. Es inevitable preguntarse qué diferencia separa el programa de eutanasia de la Alemania nazi y esta forma de dominio sobre la muerte que ejercen hoy esos ilustrados profesionales de la Medicina. Se dice que son decenas de miles los ancianos que en Holanda se han provisto de un testamento de vida para manifestar que rechazan de plano que se les practique la eutanasia". En “Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz”, Ed EUNSA, 2015, pag 136-140.
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