Bien se puede decir, sin faltar a la verdad, que con respecto al alcoholismo la sociedad vive en la inconsciencia, y con los límites de control de la enfermedad permanentemente rotos.
Bastaría para hacer caso a esas alertas considerar que esa enfermedad arrastra al paciente a forzar los ingresos por patologías que le supondrán repetidos reingresos por enfermedad crónica y de pronostico de vida llamativamente reducido, como es el caso de la evolución de los procesos cirróticos, o procesos pancreáticos, etc.
Plantarse salir de esa devastadora espiral, necesita plan de asistencia personal. Pero también, medidas que debieran sensibilizar e implicar a las administraciones sanitaria y educativa de una manera seria y real, no como "francotiradores" con políticas con frecuencia aberrantes. Por ejemplo, se echa en falta la creación de un organismo de prevención del alcoholismo con medidas de control programado, con un plan regular profesional de información en institutos, universidad, y a nivel social. Las políticas tomadas hasta ahora han demostrado ser descoordinadas, inconstantes, y llamativamente ineficaces. Es más, el alcoholismo se nutre, y va a más debido a la falta de seriedad en el modo de afrontarlo. Es casi imposible establecer el consumo racional de alcohol en una sociedad que es gravemente inconsciente del riesgo cuando se sobrepasan los límites.
Entre las seis decenas de enfermedades asociadas al consumo excesivo de alcohol están la cirrosis, la pancreatitis, el incremento llamativo de cánceres, además de otros riesgos asociados como los accidentes de tráfico en casi el 50%, las agresiones sexuales, la adicción al resto de drogas, y un alto porcentaje de violencia de género.
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