Contrariamente a lo que podemos pensar, el fenómeno de la eutanasia que aflora con fuerza actualmente, es prehistórico. Ya en la civilización pagana griega era norma de actuación que el médico no se ocupara del enfermo que no ofrecía un pronóstico saludable. La fiebre de eutanasia que se vive actualmente supone retroceder tres mil años en la civilización: concuerda el nivel de atención al enfermo terminal que sostienen los actuales adalides de la eutanasia con la que se tenía en la prehistoria de la humanidad.
Es diáfana la explicación del Prof Herranz, al respecto:
“El respeto por la debilidad es asunto de vibrante actualidad. La Medicina se está embriagando de eficiencia. Hostiga con formidable éxito a sus enemigos: la enfermedad y la muerte. La medicina ha cambiado profundamente el modo de vivir de las sociedades avanzadas, en las que ha actuado a fondo. No sólo el nivel de salud es muy alto y la expectativa de vida más larga. Muchas enfermedades han sido vencidas o casi erradicadas. Y buena parte de las que quedan son resultado de nuestros excesos: de comida o de velocidad, de medicamentos o de edad, de tabaco, de alcohol o de drogas.
Una cosa es obvia: ya no se ven por la calle de nuestras ciudades los tullidos, los malformados, los disminuidos de antaño. Se ven ahora muchos menos débiles que antes. Y, cuando vemos a los pocos que quedan, nos provocan disgusto. Ha cambiado entre la gente la actitud ante la debilidad y el dolor; ha disminuido el umbral de tolerancia a ver sufrir, a codearse con la minusvalía. Se ha impuesto la opinión de que lo correcto es ser independiente, es decir, ser fuerte y autónomo en grado tal que uno no dependa de otros. Valer hoy es, antes que nada, valerse por sí mismo. A pesar de las apariencias disminuye, especialmente entre la gente joven, la tolerancia hacia los debilitados por la enfermedad. Y, tal como afirman las encuestas sobre eutanasia, se difunde la idea, mayoritaria ya, de que hay seres humanos tan empobrecidos por la enfermedad y el sufrimiento que su vida puede ser abreviada, y que ya no merece la pena administrarles los cuidados con que tradicionalmente se les había tratado. Estamos, pues, ante un tema importante y actual.
Conviene hacer una llamada de atención a favor de los débiles. Se ha dicho que el elemento más fecundo y positivo, tanto del progreso de la sociedad como de la educación de cada ser humano, consiste en comprender que los débiles son importantes. Los momentos más brillantes de la historia han sido aquellos en los que los hombres se empeñaron en poner en práctica la generosa convicción de que todos, absolutamente todos, somos maravillosamente iguales y dotados de una dignidad singular. Decir esto es muy hermoso y gratificante. No es fácil, sin embargo, vivir esta doctrina. A pesar de dos milenios de cristianismo, sigue encontrando resistencia a ser practicada en el interior de cada uno de nosotros y en el seno de la sociedad.
Asistimos hoy a un rápido deterioro de cosas y valores que ha costado tanto tiempo conquistar y que costará otro tanto recuperar. En medicina, en muchas partes, los débiles están llevando las de perder. Se ha dado marcha atrás al reloj de la historia y, en algunos aspectos, estamos regresando a una medicina precristiana. Ésta fue ciega a las exigencias médicas de los incurables. La debilidad extrema, irreversible, no se consideraba entonces digna de atención médica. La sentencia final “ya nada hay que hacer” era seguida al pie de la letra por el médico de la antigüedad pagana. El médico abandonaba al incurable: en la casta hipocrática, no se le proporcionaba un veneno para que pusiera fin a su vida, pero el médico ya no se preocupaba más del desahuciado, pues carecía de medicinas con que socorrerle. La inutilidad terapéutica condicionaba la abstención médica: el médico se retiraba dejando que la naturaleza siguiera su curso inexorable. Platón resume, en La República, la actitud de los médicos griegos, con estas palabras: “Esculapio enseñó que la medicina era para los de naturaleza saludable pero que estaban sufriendo una enfermedad curable. El les libraba de su mal y les ordenaba vivir con normalidad. Pero a aquellos, sin embargo, cuyos cuerpos están siempre en un estado interno enfermizo, nunca les prescribía un régimen que pudiera hacer de su vida una miseria más prolongada. La medicina no era para ellos: aunque fuesen más ricos que Midas, no deberían ser tratados.”
Así pues, ser irreversiblemente débil o incurable era criterio de exclusión y rechazo en la medicina fisiológica griega. Porque, si bien era ésta el arte de librar a los enfermos de sus dolencias y de aliviar las graves crisis de enfermedad, era también el arte de discernir quienes estaban de tal modo dominados por la enfermedad que en ellos el médico ya no era capaz de conseguir nada. Señala Laín que el médico fisiólogo, regido por sus creencias acerca de la naturaleza, el hombre y el arte, creía un deber abstenerse de tratar a los incurables y desahuciados... El hospital nace con la cristiandad como el marco donde la enfermedad es pacientemente sobrellevada, donde la desgracia es convertida en ocasión dichosa, donde la compasión del cristiano es puesta a prueba en el sufrimiento del prójimo". En “Desde el Corazón de la Medicina”, Libro homenaje de la Organización Médica Colegial al Prof Gonzalo Herranz, 2013, pag 294-306.
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