El Prof Herranz nos pone en la realidad de la situación actual: "Se dice, pero nadie lo ha demostrado con datos ni denuncias, que en todas partes se practican muchas eutanasias ocultas. La expresión criptanasia designa esa actividad clandestina. Se añade que la eutanasia sumergida es una plaga que hay que remediar, mediante una legislación que busque el equilibrio entre los dos extremos de la falta de regulación o la ineficaz regulación punitiva que ahora existe. Para mover la opinión pública se dramatizan casos, se habla de turismo en pos del suicidio asistido, se da mucha publicidad a los casos de médicos o grupos de médicos que se autoinculpan de haber cometido, movidos por ideales profesionales, un número discreto de eutanasias.
El gobierno holandés ha comprobado, impotente, que la ley de la eutanasia se le ha ido de las manos. Ha amenazado con endurecer las penas para los médicos que incumplen los diferentes aspectos de la ley. Pero, de hecho, parece más bien paralizado, por el descubrimiento, inesperado y terrible, de que una ley de eutanasia es esencialmente incontrolable: no se puede poner un policía en la habitación de cada enfermo terminal.
Pero el activismo a favor de la eutanasia sigue adelante. En los países, avanzados o no, que han sabido desarrollar una buena medicina paliativa, humana y competente, la invocación de la muerte dulce carece de sentido. Por eso (dicen) hay que ir a nuevas tácticas.
En tiempos recientes, en Europa, en Estados Unidos y Canadá, en Australia, empieza a utilizarse el argumento que más peso en la legislación del aborto: que, por haber caído la práctica de la eutanasia en manos de gente incompetentes y desalmadas, es necesario ponerla bajo la responsabilidad de los médicos, mediante una necesaria y exigente legislación. En un libro reciente, titulado “Angels of death: exploring the euthanasia underground”, el profesor australiano Roger S. Magnusson revela sus pesquisas sobre la eutanasia marginal. Se trata de una antología de horrores que revuelven el estómago y entristecen el alma. No son historias de compasión. Son, de una parte, relatos sobre la frivolidad ligera de algunos médicos o enfermeras, para quienes eliminar psicópatas o pacientes de sida y cáncer es una especie de deporte profesional, pero brutal. Y son, de otra, narrativas de la cultura de mentira y engaño, de incompetencia macabra y falsificación de documentos, de alianzas entre médicos y enfermeras para controlar departamentos de hospitales donde poner fin impunemente a la vida de ciertos pacientes, de convenios con funerarias y crematorios. La conclusión es clara: la eutanasia no puede dejarse en manos de “amateurs”. Es una intervención que exige destreza. No es fácil el aprendizaje del difícil arte de matar a enfermos terminales.
`Jamás daré a nadie un veneno mortal, aunque me lo pida´. Esta cláusula del Juramento de Hipócrates ha salvado a la medicina de la amenaza permanente de su deshumanización. El futuro está, para los médicos, en aceptar el desafío de construir una eficaz, científica y avanzada medicina paliativa. Y está, en los enfermos, en la vuelta a reconocer su condición humana, en la que mortalidad y esperanza son elementos inseparables. Una sociedad que acepta la eutanasia mata en sí misma la compasión: cambia la medicina del cuidado y la cura por la práctica embrutecedora de eliminar a débiles y modestos." Gonzalo Herranz "La metamorfosis del activismo pro eutanasia" Persona y Bioética, 2014, 22-23, pag 16-21.
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