“A juzgar por lo que dicen ciertas encuestas sociológicas, hay, entre los profesionales de la salud, un sector, de tamaño indeterminado, que acepta la idea de que está justificado, e incluso de que es virtuoso o moralmente obligado, poner término a ciertas vidas humanas carentes de calidad. Y algunos de ellos están dispuestos a hacerlo, ya colaborando a que el paciente ponga voluntariamente fin a su vida, ya practicándole la eutanasia….
…Creo que conviene, para evaluar por contraste en valor inestimable de la atención paliativa, preguntarnos qué pasa cuando se autoriza legalmente la eutanasia y la ayuda médica al suicidio.
Mi tesis es clara: cualquier legislación tolerante de la eutanasia, por restrictiva que pretenda ser en el papel, provoca un cambio brutal, que afecta a los principios y a la práctica de la atención médica. La perturba profundamente, la degrada en lo ético y la empobrece en lo científico.
La decadencia ética no es difícil de calcular. En la dinámica de la permisividad legal, y en la conciencia del médico, despenalizar la eutanasia empieza por significar que matar sin dolor es una forma excepcional de tratar ciertas enfermedades, que sólo se autoriza para situaciones extremas y muy estrictamente reguladas.
Pero, sin tardanza, de modo inexorable, por efecto del acostumbramiento social, del engolosinamiento de los medios de comunicación, y del activismo pro-eutanasia, la despenalización restrictiva termina por significar que matar por compasión es una alternativa terapéutica aceptada de hecho, con más indicaciones de las que se pensaba en un principio. Y es tan eficaz, que los médicos no pueden moralmente rehusarla. La razón es obvia: la eutanasia -una intervención limpia, rápida, eficiente al cien por ciento, indolora, compasiva, mucho más cómoda, estética y económica que el tratamiento paliativo- se convierte en una tentación invencible para ciertos pacientes y sus allegados.
Despenalizada la eutanasia, lo grave para un número de médicos y enfermeras, es que las virtudes profesionales específicas -la compasión, la prevención del sufrimiento, el sentido de justicia, el deber de no discriminar entre sus pacientes- se vuelven contra ellos, de modo que se ven impulsados por sus propias virtudes profesionales a la aplicar cada vez más esta terapia liberadora: no se puede negar a un paciente el alivio definitivo que, en circunstancias similares, se ha dado a otros; ni es operativo retrasar para más tarde lo ya ahora se presenta como el remedio indicado y eficaz. El concepto de enfermedad terminal se ensanchará más cada vez; las indicaciones de la eutanasia se irán haciendo más extensas y precoces.” Gonzalo Herranz, Conferencia en el VI Máster de Cuidados Paliativos. Aula “Ortiz Vázquez”, Hospital La Paz de Madrid, 8 de mayo de 1999.
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