“La objeción de conciencia ha supuesto igualmente un paso adelante en la ética de las profesiones sanitarias.
Repito con frecuencia que uno de los principales avances, quizás el más significativo, de la ética médica contemporánea ha consistido en hacer explícita y operativa la idea de que pacientes, médicos y enfermeras son por igual agentes morales, personas todos ellos de conciencia, libres, responsables, que entran en relación recíproca para actuar con conocimiento, competencia y deliberación; capaces de tomar decisiones y acuerdos a tenor de principios racionales y sinceros.
Pero puede ocurrir y, de hecho, ocurre, ocasionalmente que el seguimiento fiel de las propias convicciones entra en colisión con determinados mandatos legales, con órdenes de la jerarquía institucional, con deseos que los pacientes interpretan como derechos. Puede entonces suceder que, tras la obligada consideración de todos los implicados, se llegue a la conclusión de que el desacuerdo es firme y sobre materia grave: que el médico no puede cumplir el mandato legal, la orden del que dirige, el deseo del paciente sin renegar de su propia identidad moral. Es entonces cuando el dictamen sincero, serio, de la propia conciencia y el ejercicio maduro de la propia libertad exige alegar la objeción de conciencia.
A mi modo de ver, la conciencia que actúa en la objeción de conciencia es el núcleo, mínimo pero fuerte, de nuestro existir moral, el centro sólido de convicciones que informan nuestro carácter ético, algo de lo que no podemos prescindir sino a costa de desmoronarnos como individuos morales.
El concepto puede comprenderse mejor con un ejemplo. En el prefacio que puso a su drama sobre Sir Thomas More, Robert Bolt confiesa: “A medida que escribía sobre él, Tomás Moro se me fue convirtiendo en un hombre con un sentido diamantino de su propio ser. Sabía dónde empezar y dónde terminar, qué parte de sí mismo podía abandonar ante las asechanzas de sus enemigos, y qué parte entregar a las exigencias de los que le querían […] Por ser un hombre inteligente y un gran abogado, era capaz de retirarse de las zonas peligrosas, y lo hacía en perfecto orden. Pero, al final, le exigieron que entregara también el rincón de su alma en el que había situado su propio ser. Y, entonces, aquel personaje flexible, bienhumorado, sencillo y a la vez sofisticado, se endureció como el metal, asumió una rigidez absoluta, irreductible, que nadie pudo relajar”. Como se deduce de las palabras de Bolt, la objeción verdadera nada tiene que ver con el capricho, la obstinación cabezuda, la autoafirmación visceral.
Es resultado de un proceso, serio y deliberado, de decisión racional. Versa sobre unos pocos, muy pocos, asuntos centrales y profundos, en los que uno se juega el alma; nunca sobre materias negociables que admiten varias y decentes soluciones.” Gonzalo Herranz, Conferencia en el Curso de Derecho Sanitario. Real Academia de Medicina de Andalucía Oriental. Granada, 2 de mayo de 2007.
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