Claramente lo expresa el Prof Herraz, en este nuevo apartado:
“3. La ética de la contragestación. La historia de la farmacología de la contracepción hormonal señala una clara tendencia evolutiva: su punto de acción se ha ido desplazando de la mujer al embrión.
Empezó siendo anovulatoria: la píldora de primera generación trataba de impedir la ovulación con el propósito claro de que no pudiera darse la fecundación, y lo conseguía a costa de su elevado contenido hormonal.
Ahora no excluye la acción interceptiva: ya no interesa interferir con la ovulación, pues es más eficaz impedir la nidación del embrión. Y si la nidación se ha cumplido ya, se lo puede eliminar mediante la píldora abortiva, que tiene su máximo de eficacia frente al embrión de menos de 8 semanas. De la anticoncepción se ha pasado a la contragestación.
…En cierto modo, se ha cerrado ya el arco contraceptivo. En un trabajo muy reciente sobre la eficacia contraceptiva de la mifepristona, se dice: “Una dosis baja de mifepristona, que no inhibe la ovulación, reduce de modo significativo la fertilidad al alterar el endometrio”.
Se considera la contracepción endometrial como un camino lleno de promesas y muy atractivo, pues permitirá dejar intacta la función ovárica y no perturbará prácticamente el curso del ciclo menstrual. El costo de la contracepción correrá íntegramente a cargo del embrión y resultará fisiológicamente gratis para la mujer.
Y también en el aspecto ético-social: para tranquilizar las conciencias, se habla de contracepción endometrial, como si la cosa nada tuviera que ver con el embrión. Pero conviene no olvidar que la farmacología de la contracepción endometrial busca alterar en forma mínima el endometrio en lo que mira a la mujer, pero lo vuelve inhóspito en lo que mira al embrión. Aprovechando el conocimiento cada día más preciso del continuo y sofisticado diálogo molecular que mantienen madre y embrión, se procura alterar específicamente la expresión de ciertos factores que son necesarios para la implantación. El resultado es la inhibición de la implantación del blastocisto.
Como una derivación perversa del modelo diádico (materno-embrionaria), se quiere convertir al embrión en el blanco único de la nueva contracepción, ya sea hormonal, inmunológica o de otro tipo. Ésta se propone no interferir, o hacerlo mínimamente, con la fisiología de la mujer, para concentrar todo el efecto sobre el embrión joven…” Gonzalo Herranz. Intervención en el Congreso Internacional El Inicio de la Vida. Identidad y Estatuto del Embrión Humano 15 y 16 de febrero de 1999.
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