El Prof Gonzalo Herranz sigue razonando sus aportaciones:
“…Aunque la cosa sucedió en el corazón del verano, abundaron los comentarios y también las polémicas. La prensa se encargó de sentimentalizar la ocasión. Se relataron historias de progenitores que, enterados tardíamente por la prensa, trataron, al regreso de vacaciones, sin apenas tiempo, de salvar sus embriones en el último momento; de cónyuges, separados o no, que no se pusieron de acuerdo sobre qué hacer; o que no pudieron manifestar la necesaria decisión concorde porque uno de ellos estaba imposibilitado. Una pareja londinense dramatizó retóricamente el adiós a los doce embriones que dejaba morir extinguiendo la llama de doce velas: lo curioso es que, con ese gesto tan teatral y estético, pretendía desautorizar al órgano vaticano L’Osservatore Romano, por haber calificado de masacre prenatal la masiva y legal destrucción de embriones.
El debate estaba abierto y las voces que sonaron en él fueron muchas y disonantes, como corresponde al pluralismo ético de la sociedad de hoy. Unos, estremecidos de pena, recordaron la matanza de los inocentes. Otros se quedaban tranquilos cuando los expertos les dijeron que los 3300 embriones abandonados a la muerte el 1º de agosto no alcanzan a ser sino una pequeña fracción de los que, cada día y sin que nadie derrame una lágrima por ellos, mueren espontáneamente en el útero de sus madres, por causas naturales o por efecto de la contracepción antinidatoria.
Se recordaron encuestas que aseguraban que, en el sentir de la mayoría, se puede denegar al embrión inicial, una mota de vida rudimentaria de apenas 0,2 mm de diámetro, los derechos propios de la dignidad del hombre. La conciencia de los buenos ciudadanos se aquietó cuando se cercioraron de que no se estaba haciendo otra cosa que cumplir la ley que el Parlamento, que a todos representa, había aprobado cinco años atrás.
Los médicos no se quedaron callados. Algunos de los que practican la fecundación in vitro y que son responsables de los bancos en que se conservan congelados los embriones sobrantes, declararon que la ley era demasiado rígida y que carecía de compasión. Otros, en cambio, se alegraban del carácter firme e inequívoco de la ley, pues evitaba todo quebradero de cabeza: para ellos, todo embrión no reclamado conforme a lo prescrito, era un embrión que tenía que ser destruido, pues conservarlo constituye un delito tipificado. No podían exponerse a ir a la cárcel o a que les retiraran la licencia para seguir trabajando en la especialidad por preservar unas vidas que ya no interesaban a quienes las habían promovido. Otros, en fin, decían que era comprensible que los padres que ya habían conseguido tener un hijo mediante la reproducción asistida se olvidaran de los embriones congelados: ya habían obtenido lo que buscaban…
…No faltan recursos ideológicos para relajar la tensión ética del problema o para vaciarlo de contenido moral: basta, en el plano ético, inclinarse por la opinión de que los embriones humanos carecen de entidad humana, son mera posibilidad, potencialidad escueta; basta, en el plano legal, atenerse a la letra de la ley: en fin de cuentas, las leyes son ética, aunque mínima.
¡Con qué fuerza anhelan algunos que los embriones humanos fueran simples entidades prehumanas, y que pudiéramos disponer de ellos como si fueran cosas!” Gonzalo Herranz, La destrucción de los embriones congelados: reflexión sobre una noticia. Conferencia. Bogotá, 1997.
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