El Prof. Herranz lo pone de relieve:
Cuestión: Se han propuesto algunas soluciones para solventar este tremendo, creciente e injusto problema: emplearlos para fines de investigación; descongelarlos y dejarlos morir; ponerlos a disposición de parejas infértiles a modo de tratamiento para la infertilidad; la gestación adoptiva a modo de rescate; y el mantener la congelación sine die. ¿Existe alguna salida digna a los embriones congelados?
Respuesta: “Se suele decir, y es ya clásico repetirlo en los Manuales o en los artículos de bioética, que el destino de los embriones congelados está ya predeterminado: unos pocos son reimplantados; algunos son convertidos en consumibles para experimentar destructivamente sobre ellos; otros podrán -con toda la parafernalia jurídica que se quiera- ser ofrecidos en donación (aunque, en la realidad, nadie se fía de unos embriones que han sobrado, que no fueron elegidos como los mejores). La mayoría están condenados a morir, a desaparecer sin dejar rastro.
La destrucción masiva de embriones caducados, que hace años nos puso la piel de gallina, hoy se ha convertido en una rutina de la que ya no se da noticia. Un día al año vence el plazo de conservación de ciertos embriones, y con más o menos formalidad y protocolo se les deja morir.
Esto realmente es trágico. Se ha reflexionado muy poco sobre la cuestión. Son seres que fueron concebidos para ser personas, titulares en el juego de la vida, a los que se convirtió primero en jugadores de reserva, se les dio sitio en el banquillo de la crioconservación, pero que, al final, no hicieron falta y se los elimina. Por continuar con el símil deportivo, al final de la temporada se les rescindió su contrato porque fueron inútiles, no llegaron ni siquiera a jugar como promesas. Los progenitores biológicos y los fautores técnicos nos dicen que lo lamentan mucho, que han de resignarse a abandonarlos, a dejarlos morir, porque eso manda la legislación.
Es difícil imaginar una existencia humana más abandonada y despreciada que la de los embriones sobrantes.” (En Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz. José María Pardo. Ed EUNSA)
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